lunes, 13 de mayo de 2013

Cuando Eva se desnuda. Una mirada a la masturbación femenina



Hace algunos años conversaba con varias amigas cuando salió al plenario un tema nunca antes abordado por el selecto grupo. Se trataba de una práctica íntima y natural que llevó siglos atrás a unas cuantas mujeres a la hoguera, desconocida por tantas, y censurada por muchas personas que suelen anunciarse como conservadoras a ultranza de la moral y las buenas costumbres.


Una de las chicas, toda enrojecida, confesó ejercerla sirviéndose de un equipo electrodoméstico, lo que causó una conmoción masiva. Aquello me pareció algo muy fuerte, pues tengo fobia a los exhibicionistas, y hasta llegué a pensar que si mi coterránea no hallaba pareja pronto, podía terminar en un estado similar al de esos hombres que acosan a las féminas en la calle para mostrarles sus órganos genitales.

En ese momento me impactó demasiado el asunto, quizás por mi inexperiencia sexual o mi corta edad, le puse un cartel bien grande: ¡CENSURADO! Sin embargo, hoy estoy totalmente a favor de la masturbación femenina, y me parece una lástima que se mantenga todavía como un tabú, aun cuando data de la Antigüedad. 



Revisando la  historia
En una excavación científica de la cueva de Hohle Fels, en Alemania, se descubrió el consolador o dildo de piedra. Esculpido y bien pulido, los expertos dan por hecho que el objeto, de forma fálica, fue utilizado como artilugio sexual por los primeros “Homo sapiens”, llegados a Europa hace unos 40 000 años.
En la antigua Grecia los falos de madera o cuero acolchado, exportados desde la ciudad de Mileto, tenían tal demanda que en Lisístrata, la comedia de Aristófanes, la heroína se quejaba de su escasez: “Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una chispa, pues desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio cueril.”
También las egipcias los empleaban. En el museo de El Cairo hay estatuillas con forma de pene, de tamaño natural, cuyo uso era mágico. Si algún marido padecía problemas de erección, la mujer hacía una réplica exacta de su miembro y lo depositaba en el templo, con la esperanza de que él se recuperara.
Por otro lado, en el templo megalítico de Hagar Qim, situado en la isla de Malta y construido entre el 3 200 y el 2 500 a.C., se encontró una figurilla de arcilla, que representa a una fémina con las piernas levantadas, una mano sobre su vulva y la otra sosteniendo su cabeza.

¿Por qué el rechazo?
Es bastante probable que el rechazo de tantas generaciones al placentero ejercicio se halle en el rol acusador de la Iglesia Católica Primitiva, que lo estigmatizó basándose en el pasaje bíblico de Génesis 38:9, donde Onán eyaculaba en la tierra para no hacerlo dentro de su cuñada Tamar durante el acto sexual, pues la prole sería de su hermano fallecido y no suya, así lo dictaba la Ley Judía. El onanismo se convirtió entonces en sinónimo de la masturbación, aunque realmente es coito interrumpido.
Luego, cada uno de los padres de la Iglesia aportó su cuota de degradación a la práctica. Tomo por ejemplo a San Agustín de Hipona, quien decía que los tocamientos “contactus partium corporis” y otras formas de relaciones sin penetración eran pecados peores que la fornicación, la violación, el incesto o el adulterio. 
Para empeorar la situación, la etimología del término, proveniente del latín manus (la mano) y stuprare (mancillar) -nada favorable la unión del sustantivo con el verbo-, se difundió mucho en la etapa medieval.
Pasó el tiempo, y en 1710 apareció la primera obra médica contra la masturbación. Su autor, un médico inglés de apellido Becker, la consideró un hábito abominable, un horrible pecado, y llegó a afirmar que provocaba agotamiento, delgadez, esterilidad, frigidez y hasta impotencia.
El Padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud también contribuyó. Reconoció hacia 1910 que la actividad masturbadora podía aliviar el estrés y evitar las enfermedades de transmisión sexual, pero advirtió: "(…) en el hecho de que es idéntica a la preservación de la condición infantil en todo sentido reside su principal aspecto negativo, porque con ella se crean las bases para una psiconeurosis, que se instala cuando se agregan el conflicto y el rechazo".
Los prejuicios y las teorías influyeron tanto que hasta 1952 la Asociación Americana de Psiquiatría consideró al orgasmo femenino como la crisis del paroxismo histérico. Al retirarlo de su canon de enfermedades, indirectamente provocó que por primera vez se reconociese.
 
¿Se gana la guerra?
Frente a sus detractores, la ciencia destaca y prueba las ventajas de masturbarse. Durante una entrevista, la Doctora Ana Guisández, directora del Departamento Provincial de Educación Sexual en Santiago de Cuba, comentó su importancia:  
"Es la mejor forma para que una mujer conozca su propio cuerpo, los puntos sensibles, el clítoris, el punto G, y otras zonas erógenas. Una vez que aprende cómo llegar al orgasmo, le es más fácil guiar a su pareja durante el acto sexual hacia lo que le gusta y satisface.
"Cuando una fémina alcanza el orgasmo libera las endorfinas retenidas y el estrés, sintiéndose relajada; igual le sucede al hombre, por eso suele dormir después de eyacular. Además, numerosos estudios demuestran que las mujeres que la practican tienen una vida sexual mucho más activa y enriquecedora.", agregó la especialista.
En la tercera edición del Taller Mujer Joven, una muchacha compartió con los presentes su experiencia: "Me inicié en las relaciones sexuales con penetración a temprana edad. A los 15 años me diagnosticaron una Infección de Transmisión Sexual, no tenía conciencia de lo que era. Las curas fueron horribles. Decidí abstenerme un tiempo. Entonces descubrí la masturbación y por primera vez conocí el placer."
A diferencia de lo que algunos piensan, la mencionada práctica no es un acto de compensación ante la soledad, viudez, soltería, castidad, falta de oportunidades o preferencia sexual. Simplemente es un método para alcanzar el placer a través de la auto-estimulación, libre de contraer enfermedades venéreas y de correr el riesgo de experiencias desastrosas.
   ¿Y por qué no verla también como una forma de ejercer nuestros derechos sexuales y reproductivos? Sí, hablo del derecho a explorar y a disfrutar de una vida sexual plena y placentera, sin vergüenza, miedos, temores, inhibiciones, culpas ni creencias infundadas, reconociéndonos como seres sexuados y autónomos.
No sé por qué cuando pienso en la masturbación viene Eva, la primera mujer, a mi cabeza. La imagino desprejuiciada al descubrir su desnudez, disfrutando cada centímetro de su cuerpo. Luego, duerme tranquila, al despertar se siente sexualmente decisiva, y el matriarcado dura para siempre.
María de las Mercedes Rodríguez Puzo

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